Nací, fíjate qué parida
poniendo a mi madre a parir.
La mujer que me dio la vida
para no dejarme vivir,
La reportera de mi conciencia
que más intimida mi intimidad,
la que evidencia su omnipresencia
en cada adverbio de lugar.
La madre que me parió.
La señora que a todas horas
me pilla mu liao.
La madre que me parió.
La brasa que me acalora,
el disco rallao que siempre me ve delgao:
“Que comas cosa caliente,
que no te juntes con según qué gente,
Que lleves limpios los calzoncillos
por si tienes un accidente”.
Dicen que madre no hay más que una,
pues me tuvo que tocar a mí.
Mira que madre no hay más que una
y me tuvo que tocar a mí.
A sus amigas exagera
las virtudes de un servidor.
Y, ser tan lumbreras, quieras
que no, te crea cierta presión.
Confieso que salir ileso
de una persona así
no es fácil, te da besos de esos
que la oreja te hace piiiiii.
La madre que me parió
no se quema con ollas que abrasan,
es un ente sobrenatural.
La madre que me parió
todo lo encuentra y cuando algo pasa
ya sabía ella que iba a pasar.
La súper hembra de la que vengo,
la que me juzga a su libre albedrío,
lo mío bueno es de su abolengo
y en lo malo a mi padre he salío.
Amigo, madre no hay más que una,
pues, me tuvo que tocar a mí.
Digo que madre no hay más que una
y esa fue la que me tuvo que tocar a mí.
La que siempre está ahí,
como un buen boxeador,
dando sin recibir.
Desde siempre está ahí,
la que quizá no fregara escaleras para que yo
pudiera subir en un ascensor.
Compadre, madre no hay más que una.
Una que no cambio por un millón.
Mi madre es más guapa que ninguna.
Compadre mi madre es la mejor
entre todas las mujeres.
La más limpia, la más honrá
y la que, mientras viva quien le quiere,
nunca, jamás morirá.
Riki LÓPEZ
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