Mi novia suspiraba por poderse operar
lo que tiran más que dos carretas,
estaba acomplejada desde la pubertad;
en la pandi le llamaban: “la planeta”.
Y, aunque a mi me bastaran así,
en aras de verla feliz,
para san Valentín, me lucí.
Le regalé la operación:
medio kilo en cada teta;
total, casi un millón
de la antiguas pesetas;
con la agravante,
que le da a mi acción más mérito:
como buen currante
tuve que pedir un crédito.
Y así fue como mi Mari
cambió de sonrisa
y talla de sostén;
pasó de cero a cien
más deprisa que un Ferrari.
También aumentó su vida social,
tanto, que en un mes,
y sin motivo de queja,
me viene con un: “Tenemos que hablar.”
Me sienta en el sofá
y me suelta que me deja,
que necesita soledad
pa' que su mente se equilibre;
que me quiere, pero no esta enamorá,
que se va, que prefiere ser libre.
Mentira, que a la semana me entero
que está viviendo ya con un tal Casio.
¡Mira qué "casiolidad", el monitor de su gimnasio!
Cornudo y apaleao
me vi sin ella, y sin saber
dónde poner los brazos.
Con cara de portero goleao
aun me faltaban por pagar veintidós plazos.
La llamé y le dije: ¡No hay derecho!
¡esto no es justo!
¡qué delito!, y a los pechos me remito.
Senorita que yo estoy pagando el busto
con el que otro pasa gusto.
Y me replica: santa Rita, santa Rita...
Es una mala mujer
lo sé desde que no está a mi lado.
Es una mala mujer
y yo un hombre despechado.
Riki LÓPEZ
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