Lo sé; olvidaste el florecimiento de esa rosa.
Es que florecían en mi mente abrojos; cardos del sueño.
Pero olvidaste el sueño de la rosa.
No; porque ahí estaba todavía la rosa del sueño.
Cuando cruces el puente olvidarás el nombre de la rosa. Que duda cabe de ello. Es así como tiene que ser aquel poema; ya sabes cuál...
¡Bah!, da igual. La noche es larguísima; como un camino...
En efecto; como un camino hacia la tierra adentro.
O como el mar. Un camino que lleva una isla a las islas.
El sueño de la rosa es como una isla en el mar de la noche de tu sueño. Pero tu corazón – eso que en el sacrificio en la cúspide de la pirámide sería tu corazón – no está dispuesto a la azarosa travesía, ¿no es cierto?
Antes sí, eso que tú llamas “mi corazón”, el mío de mí, estaba dispuesto. Después me tocó la muerte. Ahora no sé nada.
Esas palabras; con ellas podías agrietar los espejos. Entonces.
Sí; pero ahora la lluvia ya no teme a mis palabras.
Hay alguien que está escuchando detrás de la puerta.
Detrás de todas las puertas está el mar.
El mar o el diablo. Da igual.
No sabes cultivarlo hábilmente; el silencio florece como la rosa...
El silencio florece...
Entonces yo quería, por el puro deseo, apresurar la primavera. Íbamos al parque. En invierno. Paseábamos entre los setos que bordeaban las avenidas. Los diminutos silencios que se formaban, congelados, a veces, entre nosotros, como que eran propicios ¿verdad?...
Sí; paseábamos tomados de la mano y la niebla...
¿Por qué ese te ocurre la niebla?
Porque sí; porque el sueño es como una niebla en que medran rosas.
No, el sueño es una calle estrecha sin salida.
Entonces tú eres la rosa.
Soy el sueño.
Pero ¿por qué olvidaste aquel florecimiento de la rosa?
Porque vino la muerte a despertarme.
¿Fue entonces cuando hiciste aquel viaje al mar?
Sí; fuimos juntos ¿no lo recuerdas?
Tal vez ya había muerto.
No; tu corazón latía como un océano...
Pero no había más que silencio.
Allí estaba la rosa.
¡Ah, sí! la rosa que olvidaste.
Cómo podía olvidar el sueño de la rosa.
No lo sé; te habías extraviado entre los setos que formaban en un momento dado de aquel parque sombrío y solitario, un meandro geométrico. Todo, en aquella noche era como un laberinto. El dolor...
El dolor es la rosa.
Has roto el cristal de esa memoria. Cuando dije tu nombre entonces, sobre el puente, era como si tu ausencia – esa que ahora se cumple – se anunciara.
Yo lo sé. Las despedidas siempre son tristes.
Así es; pero tú sigues soñando en el río que corre.
Es una manera de alejarme de ti.
Pero se me queda el recuerdo de la rosa.
El puente es una barca en el río. Esos que hablan apoyados en el parapeto del puente van hacia la quietud.
Así es. Por eso olvidé el florecimiento de la rosa.
Y el dolor de la rosa.
Sí; yo soy la rosa.
Salvador ELIZONDO
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