miércoles, 21 de diciembre de 2011

APRENDER Y ENSEÑAR A ESCRIBIR

No creo en el determinismo genético. Cada miembro de nuestra especie está, en potencia, igualmente posibilitado para desarrollar sensibilidad, una mirada como escritor y la voz propia. La literatura se hace con palabras; sólo es cuestión de conocerlas, saber cómo funcionan, ponerlas a prueba para comprobar qué son capaces de hacer. Sí creo en el determinismo ambiental y, sobre todo, actitudinal. Depende sólo de nosotros aceptar que, para enriquecer nuestra inventiva, para dar sentido práctico al talento, cuantas más herramientas anteriores a nosotros dominemos, más sencillo será desarrollar las propias. ...Y que el corazón no se entrometa durante ese aprendizaje, porque seamos serios: el corazón sirve para lo que sirve. Olvidar las sucesivas correcciones al texto, que es aquello que hacen los escritores para asegurarse de que no acaban haciendo alguna tontería, es un acto de soberbia poco útil. La literatura se hace con el cerebro, esté del humor que esté. Las emociones se nos presuponen, la inteligencia no.


UN MILAGRO TRAS OTRO ES MUY DIFÍCIL

Ser escritor no es cosa de milagros:
La persona que busca ser famosa,
antes incluso de pensar la idea,
ilumina su falta de talento
y va con ilusión a un velatorio.
Escribir en la sombra te hace grande.

El primer paso es siempre equivocarnos,
cambiar una palabra hasta que otra
al fin se nos antoje imprescindible.
Después hay que quitarle lo que sobra
y hacer con ello un niño que no manche.
Dudar de una metáfora perfecta
a veces regenera la esperanza
y puede aprovecharse para un caldo.
El final se presenta cuando quiere
y es fácil de olvidar si te enamoras
en ese mismo instante de un paréntesis.
En el medio se escribe con mayúsculas.
Cuidado con hacer más de lo mismo.
Y prolongar sin más un buen principio
te puede hacer perder toda la noche.

Mentir no siempre da buen resultado,
por mucho que funcione en el cortejo
y demos al lector lo que creímos
importante. Leer a los demás
es lo más concurrido del trabajo.

Creerse un escritor es muy sencillo,
y ser un escritor el más terrible
de todo compromiso con la vida.
El escritor trabaja de que nace
y ya no ha de parar hasta que siente
el peso de las letras en su lápida.
Derecho así tendrá de estarse quieto.
Derecho entonces sí de algún milagro.

Para aprender antes hay que asumir que somos imperfectos. Así que ánimo con los últimos escalones, querido escritor, porque cuando se llega a la parte más alta, a uno le importa poco que esté cansado, tenga la cara sucia, le pique la dentadura, haya sido aprendiz de santo o, por el contrario, arremetido contra la sociedad y algunos comportamientos mediocres. Cuando uno llega a la parte más alta, el paisaje te hace comprender lo imperfectos y especiales que somos. La perfección se queda, siempre por el camino, haciendo fracasar a los cobardes.

Aarón GARCÍA PEÑA

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