sábado, 29 de agosto de 2009

EL REFUGIO DEL CAMALEÓN

Todos se presentaban porque las vacaciones y seguramente porque no saber qué hacer con tanta dosis sobrante de libertad. Los días de asueto por entonces todavía eran gratis y las vacaciones hilvanaban un trimestre con otro.

El tiempo era el hilo del hilván.

Yo me presenté para no ser otra vez distinta, o para definitivamente conseguir serlo del todo.

El concurso lo convocaba la Cocacola en la planta infantil de unos grandes almacenes de Madrid. En la primera fase de eliminación nos pidieron ejecutar algunas figuras obligatorias.

"Después cada uno podéis dar rienda suelta a vuestra pericia", dijeron.

Participé mirando al suelo, concentrada en olvidar que era gente lo que me rodeaba. Hasta entonces mis compañeros más fieles siempre habían sido los de mis juegos solitarios. Por un tiempo logré convencerme de que la cuerda giraba en la privacidad de mi habitación.Y puedo asegurar que aquel día giró como nunca antes lo había hecho.

Los mejores ejemplares eran los de la fanta y cocacola. Objetos de deseo precisamente porque no podían comprarse. Los había de dos clases: profesional y super. Tener un superyoyó te ascendía a categoría de líder por derecho propio.

Y aquello sí que era un verdadero motivo.

Concursé con el yoyó robado a uno de mis hermanos mayores y fui la participante más joven de mi tanda. Los finalistas eran merecedores de toda una colección de ejemplares de super, y yo sabía que conseguir esa colección podía adjudicarme el puesto de reina por un día; por mucho más de un día (al menos hasta que otro juguete de moda desbancase al yoyó).

Lo tenía difícil pero rocé el trono con las manos.

Asistí a la jornada de entrega de premios escondida en un rincón. Aquellos hombres iban desgranando entre bromas los nombres de los vencedores de cada tanda. Recuerdo que los niños subían al estrado a recoger su trofeo con cierta actitud entre el orgullo, la indiferencia impostada, y la timidez.

Oí como repetían aquel nombre tres veces, cada vez en tono más alto y más claro.

"¿Está?" miraron a todos lados. "Parece ser que no ha venido", terminaron por decir.

Yo no me moví del rincón, los pies no me responían, no fui capaz de abandonar el lugar que me mimetizaba y juro por dios que lo intenté.

Deseé poder salir de allí, hacerme visible, como nunca antes había deseado nada (como nunca después volvería a desear nada) porque en mi corta vida había oído un millón de llamadas al nombre que aquel día repitieron tres veces desde el estrado.

Las tres veces que yo me negué como Pedro a Jesucristo.

Y es que aquel nombre era el mío.

lamaga, en evasivas

No hay comentarios:

Publicar un comentario