He cometido crímenes pasionales en Rusia,
en los días de la Revolución, confundido con la canalla.
He ofrecido mi copa con veneno
a reyes destronados y a piratas mordidos por la gangrena.
He tenido en mis manos el talle de Eurídice
y en Estambul la rosa que nunca se corrompe.
He escuchado el dolor de la música en teatros vacíos
y arrojado al Mar Muerto candelabros en llamas.
Nunca ciñó mi corazón ese anillo quemante
–amor lo llaman unos, poder otros–
que hace tremar y ciega y funde en una
el alma de los seres.
Luché con marineros que antes de morir
cantaban como niños y hablaban de mujeres
de piel hecha de noche, silenciosas como el desierto.
Un día de primavera
vi morir un caballo blanco que huía de los lobos,
y acogí un lobo en mi alma a modo de amuleto.
Me confundieron por igual el placer y el dolor
y el tiempo ya ha extendido su capa
de emperador altivo sobre mí.
Inscribid en mi tumba este alejandrino:
Son páginas los días de un libro misterioso.
Lo escribí en mi juventud y ahora lo entiendo.
Felipe BENÍTEZ REYES
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